viernes, 22 de abril de 2011

Escritos en la botella. El Profeta. Khalil Gibran

Es curioso cómo en las botellas de la literatura, y no se habla de Bukowski, Hemingway o Fitzgerald, se esconden sorpresas. Tras haber debatido en febrero el místico libro de El Profeta, que no suscitó grandes adhesiones, nos hemos encontrado con una de esas botellas literarias. ¿Qué hallamos? ¿Unos capítulos apócrifos de El Profeta? ¿Por qué en castellano? Tantas preguntas... Mejor dejamos un tiempo para ser respondidas, o mejor dejamos que sean los entendidos y místicos quienes quieran contestarlas. Ahí van:

EL DINERO

Entre los allí reunidos preguntó un mendigo: ¿y qué nos puedes decir, maestro, sobre el dinero?

Y él respondió:

Vuestros corazones se pueden permitir compadecerse de necesitado que pide con vergüenza en la puerta de la sinagoga. Vuestra mano puede permitirse entregarle el par de monedas que vuestro bolsillo contiene.

En vuestra mesa puede haber un plato de comida más para el hambriento y vuestra jarra puede dar agua al sediento. Vuestra humilde casa puede dar cobijo al indigente.

Vuestras palabras pueden ser generosas para alabar abiertamente a aquel que, como espejo en el que reflejaros, os hace soñar porque consiguió alcanzar más de lo que inicialmente tenía a base del sudor de su frente y de sus ahorros.

Es cierto que todo ello hace que vuestros corazones se sientan más vivos y más llenos de amor. No lo niego.

Sin embargo, yo os digo que para experimentar una emoción intensa en vuestros corazones debéis permitiros sentir empatía, también, por aquél que lo ha perdido todo porque derrochó y vivió por encima de sus posibilidades, ignorando los peligros ocultos que la senda de la vida le tenía preparados.

Vuestros ojos deben permitirse mirar con ternura profunda al que se equivoca en la vida. Debéis permitiros reconocer en ese hombre la posibilidad de vuestro propio crecimiento. Sed valientes y permitíos con vuestros hechos apoyar a este hombre en todo lo que esté en vuestras manos.

Pues, precisamente, son los pasos que este hombre recorrerá en el complicado sendero de su vida, los que le permitirán a él llegar a un nuevo nivel de entendimiento y, a su vez, permitirán a vuestros corazones alcanzar un sentir más profundo.

Porque, si una estrella que modifica su luminosidad hace cambiar la luz del cielo, la sabiduría y el nivel de conciencia que consiga aportar un solo hombre al conjunto de la humanidad enriquecerá a todos los hombres de forma global, permitiendo construir el sueño de un mundo mejor.

LA MODESTIA

Almustafá, el bienamado, después de una larga y serena mirada en la que se fundió una vez más con el desbocado corazón de Almitra, dispuesto a levantarse y dirigirse al puerto donde le esperaba el anhelado barco que le devolviese a su jardín, fue requerido por un grupo de clérigos. El que los encabezaba, con un gesto grave hizo acallar a la muchedumbre, lanzada en una espiral de lamentos y llantos desconsolados.

- Por favor, antes de tu infausta partida, háblanos de la modestia.

Una leve brisa movió las túnicas de la apesadumbrada comitiva.

Él, primero cerró los ojos, luego se arrodilló sobre la playa y suavemente cogió dos puñados de la fina arena de Orfalese, a continuación se levantó decididamente y, mirando con severidad a los que le interpelaban y, posteriormente, con dulzura al pueblo, les habló a todos. Les dijo:

“En esta arena bendecida por el viento y por el mar, en esta arena refulgente de sol he meditado muchas mañanas. Mientras rezaba, oía vuestros comentarios, al principio de sorpresa y duda y luego de estima.

Largo tiempo llevó que vuestra estima se mostrara.

De igual forma que el marino que cada mañana echa sus redes junto a un arrecife conocido y obtiene la pesca habitual, bendice su suerte y luego por el azar de las olas es llevado a otro arrecife y comienza a llenar su barco de grandes peces plateados; de igual forma que este marino siempre vuelve al primer arrecife con la desconfianza de que la abundancia del segundo ha sido un accidente y no volverá a pescar nada en él y bendice la suerte habitual; de igual forma que este marino cada vez que vuelve al segundo, pesca los enormes y sabrosos peces plateados; de igual forma que este marino regresa con más intención al arrecife de los peces abundantes y visita el primero con menos frecuencia; de igual forma que este marino bendice ahora el gozo de llenar sus redes en la plenitud del nuevo arrecife, vosotros, pueblo de Orfalese, bendecís la dicha de llenar las redes de vuestra alma cuando venís a verme.

En este caladero generoso, mi amistad y mi palabra se comportan como manantial sin límite que calma vuestra sed y llena vuestras redes. Venís a mí con vuestra alma abierta, hambrienta y sedienta y os vais saciados. Pero no os preocupéis de que me extinga, no es sino vuestra amistad lo que renueva el alimento que os ofrezco. No sois vosotros los bendecidos, lo soy yo al recibir vuestra humanidad plena.”

Se arrodilló de nuevo y suavemente hizo círculos en la arena con las manos. Cruzó su mirada con Almitra y prosiguió con su alocución a la multitud.

“He acariciado tanto esta arena que la siento como una parte más de mis manos y mis pies y de todo mi cuerpo que ha tenido la dicha de descansar en ella. Esta arena ha sido, y es, la prolongación de mis sentidos en los que se ha vertido en abundancia vuestra amabilidad y amor. Esta arena blanca es para mí el pueblo de Orfalese.

Cada uno de sus granos es un recio habitante de este orgulloso pueblo. Cada vez que he reposado sobre ella estaba reposando sobre vuestra generosidad. He estado reposando sobre vosotros, me he alimentado de vosotros y así renovado el alimento que yo os he ofrecido.”

Miró entonces a los clérigos.

“Me preguntáis sobre la modestia. Contad, contad los granos de arena de esta pequeña playa. Multiplicadlos por cien veces cien y así habré sido colmado en amistad y amor por este pueblo que aguanta con serenidad los embates de las olas del mar y la furia del viento. Multiplicadlos por mil veces mil y así tendréis una medida aproximada del orgullo que siente mi alma por haber servido de consuelo a las almas de este pueblo.

Orgullo que no tiene ni una brizna de vanidad, orgullo del que ha servido y sólo ha sido servido para devolver multiplicado lo que se le ha sido regalado. Orgullo que no ha sido utilizado para construir templos, mi templo abarca hasta donde extienden mis brazos; orgullo que no ha sido utilizado para llamar a artistas que lo adornase, mis adornos son los cantos de los pájaros, las formas de las nubes, el olor de la sal; orgullo que no ha sido utilizado para imponer un ritual o un formalismo que acabe sustituyendo el objeto del servicio; orgullo que no ha sido utilizado para imponer un calendario, decidme, clérigos ¿qué agenda siguen los sentimientos de nuestros corazones?

He venido para servir al pueblo de Orfalese en la modestia, no he venido a ser servido ni a ver cumplida mi vanidad. En vosotros, clérigos, sigo percibiendo vuestros miedos, en el fondo de vuestros corazones, pensáis que anhelo que vuestros fieles se os enfrenten: vuestra vanidad, vuestros ritos, vuestros adornos ciegan vuestro entendimiento. Vuestros corazones saben que aquí en mi templo podéis descansar, de la misma forma que yo he ido a reposar a los vuestros. Abrid los ojos del corazón, situad el ritual y los adornos por debajo del hombre, son sus creaciones, luego no pueden colocarse por encima de él. Son objetos del sujeto: el sujeto es el hombre y en el corazón del hombre no hay vanidad si se le coloca por encima de sus adornos.”

Se aproximó a los clérigos extendiendo los brazos y entre lágrimas los abrazó uno por uno.

La revuelta popular

Una joven se acercó al profeta y le pregunto

“¿De qué vas a hablarnos hoy, maestro?”

El maestro miró a la joven durante unos segundos. Luego desvió su mirada, pero no para fijarla en ningún sitio en concreto. Su frente se iba arrugando poco a poco, ejerciendo cada vez más presión sobre sus párpados, hasta que éstos vencieron y sus ojos se cerraron. Y así permaneció, concentrado, durante un largo rato. Finalmente abrió sus ojos, miro a los que allí se congregaban y dijo

“No me acuerdo”

“¿Cómo que no te acuerdas?”; “pero maestro, ¿cómo has podido olvidarlo?”; ”te olvidarás también de nosotros cuando partas, ¿verdad?”. Gritaba la gente enfurecida.

”Lo apuntaste en un papel, maestro, ¿dónde está ese papel?” apuntó la esposa de un alfarero

“Lo he perdido”, reconoció el profeta.

“¿Pero cómo lo has podido perder?, ¡eres un desastre!”; “¡Qué decepción!, maestro, ¡Qué decepción!”; “ya no te importamos nada, ¡reconócelo maestro!”.

El profeta braceaba lentamente pidiendo calma al pueblo mientras los ánimos de los allí congregados se iban encendiendo por momentos.

“¡Farsante!” grito un repartidor de frutas.

“¡Fariseo!” grito el dueño de una taberna alzando su puño amenazante

El profeta intentaba hacerse oír entre los gritos del pueblo “Virtuosos sean los tranquilos y los calmados”

“Virtuosos tus cojones, maestro, ya no me creo nada”.

El grupo, a medida que crecían los insultos y los improperios, se iba haciendo también más numeroso.

Un barbero bajito se subió a lo alto de una tapia y grito con rabia “Maestro, me dijiste que fuera generoso con el prójimo, porque eso me traería buena venturanza. Te hice caso y le preste mi mujer a un amigo que había enviudado. Y ahora ella no quiere volver a casa. Me has jodido la vida Maestro”

Otro dijo, “si, a mí me dijo que trabajara con amor, que el fruto de mi trabajo lo iba a disfrutar mi amada. Trabaje día y noche en la construcción de un palacio, y cuando acabó la obra me pusieron de patitas en la calle y ahora no tengo trabajo y mi amada me ha dejado. Y el dueño del palacio no da ni chapa y está tan feliz con sus quince amadas”.

Una joven se acercó al maestro “Yo te escuché cuando dijiste que las ropas escondían nuestra belleza y salí a la calle en pelotas. Ahora todos me llaman zorra y mi padre me ha echado de casa, ¡Te odio!” y escupió sobre los pies del profeta, gesto que fue muy aplaudido por el resto del pueblo.

Alguien desde el fondo lanzó una piedra contra el maestro. No llegó a alcanzarle pero rompió el cristal de una ventana de la plaza y produjo un enorme estruendo, tras el cual llegaron unos instantes de calma.

El profeta aprovecho ese instante para tomar la palabra

“Dichosos sean …”

No pudo decir mas, ya que inmediatamente la gente volvió a replicarle:

“Pesao”, “que rollo tienes maestro”, “vete con el cuento a tu pueblo, que llevas doce años dando la barrila aquí”, “maestro go home”

Y así entre insultos, gritos, y algún que otro empujón el pueblo fue llevando al maestro hacia el puerto, dónde ya esperaba el barco que le iba a llevar donde otros quisieran escucharle.

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