domingo, 24 de abril de 2011

Escritos en la botella. La Caja Negra. Amos Oz

Una nueva botella llena de escritos. En el pasado mes de marzo tuvimos el debate sobre La Caja Negra, novela epistolar de Amos Oz que narra la relación entre un profesor de reconocido prestigio que vive a caballo entre Inglaterra y Estados Unidos y la familia que dejó, en toda la extensión de la palabra, en Israel.
De nuevo, nos hemos encontrado con una botella literaria llena de cartas que quizás hubieran podido formar parte de la primera edición de la novela. Ejemplo una vez más del eterno dilema de cuándo se acaban las obras, qué incluir en las mismas... Serán los lectores de este humilde blog los que decidan si nuestro autor hizo bien no incluyéndolas.

Se presentarán en entradas distintas debido a su extensión.
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Querido Michel (*)
Hoy que acaba la Shivá1 encuentro la fuerza necesaria para escribirte. Hace siete días que Alec nos ha dejado.

Siento que se marchó tranquilo, acompañado de Boaz y de mí. Se fue apagando suavemente su halo gélido y su misterio, con el que nos impregnó a todos los que le conocimos. Me miró compasivo y cerró los ojos.

Esa última mirada me recordó a un día de abril, cuando estaba embarazada de Boaz y esperaba la llegada de Alec a casa tras el trabajo. Había preparado un sendero de velas encendidas que iluminaban el camino desde la entrada de la casa hasta nuestro salón, donde yo le esperaba. Recuerdo nítidamente la expresión de su cara, mirándome extrañado y agradecido de aquel detalle. Así se despidió de mi. Extrañado y agradecido.
Boaz y yo nos abrazamos. Todo quedó en silencio. La atmósfera se heló por un instante.
Mientras yo cubría los espejos de la casa 2, la luz de la vela que puso Boaz en el cabecero de la
cama de Alec calentó progresivamente nuestros corazones.

Ese mismo día 3 realizamos el entierro. Boaz quiso hacer la Keirá y recitó el Kadish4. Sobre él, echamos tierra del terreno de su padre, ahora la hermosa casa de Boaz. Para despedirnos de Alec, Boaz y yo colocamos piedras. Como ellas, allí estaremos siempre nosotros, con él y acordándonos de él.

Necesito explicarte, Michel, qué he vivido yo estos meses. No puedo esperar que comprendas por qué he actuado así con él, por qué acudí en su ayuda para socorrerle, para cuidarle y para estar a su lado en sus últimos días. Pero mi ser sabía que tenía que estar precisamente ahí, con Alec. Por eso me marché de casa.

En este tiempo he podido mirar con ternura la fragilidad de Alec y su aislamiento. Boaz y yo hemos intentado paliar su soledad.

Cada tarde sacaba a Alec al porche, para ver desaparecer la luz. Apenas hablábamos. Sobraban palabras. He sentido, simplemente, su presencia y eso me ha hecho bien.

Hemos podido ‐aunque por el breve lapsus que la enfermedad de Alec nos ha permitido‐ observar juntos a nuestro hijo, manejándose en la vida que se ha organizado en la casa ‐antes en ruinas‐ del padre de Alec… De nuestras cenizas hemos visto renacer flores…

Este tiempo juntos creo que nos ha servido para reconciliarnos, para dejar a un lado el odio mutuo que tanto mal nos hizo a cada uno y para volver a mirarnos a la cara con ojos limpios. Para comprender que la vida no es fácil y que compartimos un largo trecho del camino juntos.

Alec y yo un día fuimos algo parecido a una familia. Hubo un amor extraño entre nosotros. Un amor intenso que nos corroyó y nos rasgó, un amor que exprimimos y destruimos. Después, como bien sabes, también entre nosotros sobrevino un odio intenso. Vivimos el abandono mutuo y el despecho, los rencores, la incomunicación y el silencio amargo.

Michel, gracias por llamarte la semana pasada. ¡Cuánto bien me hizo escuchar tu voz y sentir que no tenías rabia hacia mí! Yo, de forma instintiva, sabía que en algún lugar de la tierra existirían almas venidas de otro mundo, pero nunca había visto una tan de cerca de mi como la tuya.

Quiero agradecerte cómo te has portado conmigo, con nosotros. Cómo has construido alrededor mío y de nuestra preciosa hija un hogar cálido. Cómo te has preocupado de Boaz este último tiempo, y cómo incluso ahora, tras mi huida hacia Alec, incomprendida por todos y sobre todo por tu familia, tras tu dolor inicial por la situación extraña, has sido capaz de abrir tu corazón y ser generoso como para dejarme acabar lo que empecé sin exigirme algo a cambio y sin condiciones.
Michel, en tu corazón grande hay compasión y no desprecio, hay comprensión y amor por las personas. Lo que tú me has ofrecido, permitiendo despedirme y cerrar la herida abierta con Alec, supone poder reemprender mi marcha en el camino con una serenidad y con una paz interna que por años he ansiado recobrar.

Siento profundamente si mis acciones te han confundido, te han causado dolor y te han asustado, al desorientar tu idea de mis sentimientos hacia ti. No tengo miedo a mostrarme, a presentarte mis confusiones y la maraña de sentimientos que me ha envuelto. Me siento empujada a confesarte mis miserias y mis emociones, no tanto para que me absuelvas, sino para que me ames ‐si puedes‐ tal como soy. No me siento culpable sino sincera y veraz. Me muestro ante ti como lo soy ante los ojos de Dios, ese Dios al que tú tanto acudes.

Gracias por tu generosidad, Michel. Espero que hablemos pronto. Tengo ganas de abrazar a nuestra hija y de verte.

Ilana


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1 En el duelo del ritual judío ante la muerte, la ley judía estipula tres periodos sucesivos de luto, que disminuyen gradualmente su intensidad: Shivá (primeros seite días de luto); Shloshim (treinta días después de la muerte) y Avelut (doce meses hebreos desde una muerte). La semana de Luto (Shivá) comprende los siete primeros días inmediatamente después del entierro y sirve para ayudar a las personas enlutadas a enfrentar el fallecimiento acontecido. La forma más apropiada de observar la Shivá es que la familia esté reunida en la casa del fallecido.

2 El ritual judío exige que a la cabecera se coloque una luz o vela en recuerdo de que “el alma es la luz del Señor” (Proverbios 12:21). También se acostumbra a cubrir los espejos y objetos de adorno para que ningún símbolo de lujo o de la vanidad del hombre aparezca en esos momentos.

3 En un ritual funerario judío, es de suma importancia que el entierro sea realizado lo antes posible, preferentemente el mismo día.

4 Posteriormente, se realiza la Keriá (rasgadura de la ropa que se está usando), que es la manera religiosa de expresar la amargura por la pérdida de un ser querido. Keriá es una expresión externa de las emociones interiores de aquellos que están de luto y es obligatoria para el padre o madre, hijo/a, hermano/a y los cónyuges. Al pie de la tumba, vuelta a cerrar, el hijo o algún familiar cercano -varón- pronuncia el Kadish (plegaria). Luego, el cuerpo es llevado para ser enterrado. Al llegar los familiares y amigos al lugar escogido deben, inmediatamente, bajar el ataúd a la fosa. También se acostumbra a colocar una pequeña piedra o un puñado de tierra sobre la sepultura y despedirse del muerto antes de retirarse.


* Nota del Editor: Todas las cartas encontradas, excepto ésta, estaban datadas. El autor afirma de forma no oficial que su intención era situarla una semana después de la última carta de la primera edición.

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